Monasterio de la Santa Madre de Dios

Desde el principio, la Santa Iglesia de Cristo ha cuidado inagotablemente que sus devotos hijos, permanezcan inamovibles en la Verdad. En tal crucial menester aún se ha regocijado: “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn 1:4) (Protopresbítero Mikhaíl Ivanovich Pomazansky, 2009). Ser confesante y seguidor de Cristo es, pues, ser peregrino, hacerse y permanecer viajante a la zaga Suya. Trátase, ante todo, de un peregrinaje a través de lo íntimo del corazón humano ─un viaje inconmensurable, toda vez que conduce a la criatura humana más allá de los tiempos del mundo, hacia la eternidad. De ahí, a la Fe en Cristo se la ha llamado “el Camino” desde edad antigua. Apelativo que pone de realce la naturaleza práctica del seguimiento de Cristo ─el Hijo del Dios viviente (Obispo Kallistos Ware, 1995). Camino de vida, Camino de santidad, tal cual anunciara el Santo Profeta Isaías, diciendo: “Y habrá allí camino ancho, que llamarán la vía santa; nada impuro pasará por él. Él mismo guiará al caminante, y los simples no se descarriarán” (35:8). Dicho auténtico Camino de Fe, cuidadosa e incansablemente defendido a lo largo de la historia de la Iglesia de Cristo, ha sido llamado desde tiempos remotos Camino recto, genuino, ORTODOXO (Protopresbítero Mikhaíl Ivanovich Pomazansky, 2009).